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Historia y Orígenes

CIUDAD A LA MEDIDA DEL HOMBRE

La ciudad de Castelló de la Plana presenta un aspecto en el que apenas se adivinan los trazos del recinto amurallado fundacional que pronto fue desbordado por los arrabales que crecían en su exterior.

El siglo XVII y el XVIII suponen un paso hacia la ciudad moderna, que va dejando atrás su carácter medieval, aumentando constantemente su población debido a un crecimiento económico, fomentado en parte por la pujante economía del cáñamo.

Castelló cambia de fisonomía llevando a cabo algunas construcciones públicas importantes. Se culmina el campanario “el Fadrí” (1604), se amplía la Iglesia de Santa María y se inician las obras de la Lonja de Cáñamo y del nuevo Ayuntamiento. Así se acomete una fuerte transformación urbana al crear un único gran espacio en la Plaza Mayor, donde se concentrará holgadamente la vida urbana de la villa y se situarán sus principales edificios (poder civil frente al poder religioso).

Busto de Na Violant

Durante el siglo XIX asistimos a un continuo crecimiento de la ciudad, proporcionándole su característica forma actual. Prueba de ello es un patente aumento demográfico (de 19.945 habitantes en 1857 a 23.393 en 1877). Este siglo coincide también con el momento del auge del cultivo de la naranja en toda la Plana, que transformará su paisaje rural y periurbano hasta hoy. En 1833 consigue la capitalidad provincial si bien, las olvidadas murallas que parecían haber desaparecido para siempre, volvieron a levantarse en 1837 para defenderse de las amenazas carlistas. En el Castelló del XIX se dan profundas transformaciones urbanas en sintonía con el afianzamiento de las ideas del capitalismo y de la naciente burguesía. En este momento se establece un pequeño tranvía como elemento de transporte de pasajeros, de carácter local y metropolitano: “La Panderola”.

Y ya en el siglo XX, la ciudad crece y aparece una preocupación por el crecimiento urbanístico desde la planificación: los ensanches.

Así llegamos a la ciudad de hoy, que conserva su encanto original de localidad del litoral levantino, con sus tradiciones, sus leyendas fielmente transmitidas de generación en generación y hasta su mitología local propia con ejemplos como TombaTossals y Bufanúvols.

ORÍGENES DE LA CIUDAD

En Lleida, a 8 de septiembre de 1251, Jaime I El Conquistador extendía un documento por el que autorizaba a Ximén Pérez de Arenós, su lugarteniente en el reino de Valencia, a trasladar la villa de Castelló desde su emplazamiento originario al lugar de la llanura que le resultase como más apropiado. La memoria tradicional sitúa el traslado en el tercer domingo de Cuaresma del año siguiente. Este hecho se rememora anualmente, desde 1945, durante las fiestas fundacionales mediante la celebración de una romería a la ermita de la Magdalena el tercer domingo de Cuaresma.

La vida en el Castelló de los siglos medievales tuvo unos caracteres plenamente urbanos, con importante peso de las actividades artesanas y comerciales por encima de la dedicación rural del cultivo de los campos, que también cobrará posterior y creciente desarrollo mediante el sistema de riegos con las aguas del Mijares.

Como muestra del impulso real al desarrollo económico, el 16 de marzo de 1260 Jaime I autorizó la construcción de un camino para unir la villa con el mar, dando origen a lo que ahora conocemos como el Grau.

Vista aerea de la ermita de la Magdalena

El hijo y sucesor de Jaime I, Pedro III el Grande, desde Barcelona, a 7 de febrero de 1284 otorgará a la villa de Castelló la facultad de autogobernarse mediante la concesión del derecho a poseer sus propios órganos municipales. Castelló asumió desde el siglo XIV la sede de la gobernación de la comarca que abarcaba desde el río Uxó hasta el Sènia, y con ella un rol de capitalidad que no le ha abandonado a lo largo de varios siglos.

Se encuentra en la idiosincrasia de la sociedad castellonense el orgullo de pertenencia a nuestra localidad, que se exhibe en cada celebración de nuestras fiestas con el recuerdo para ese inicial traslado que propició la génesis del lugar que hoy conocemos como nuestra casa, un agradable lugar a orillas del mediterráneo que el sol viene a iluminar una media de 300 días al año.

Una comunidad que no olvida sus primeros pasos, su razón de ser, es una comunidad viva y plenamente capaz de continuar construyendo su futuro.

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